TÓPICA 20. LITERATURA Y PSICOANÁLISIS.

Carlos F. Weisse (compilador)

Escriben: Alicia Levín, Abel Zanotto, E. Recalde, Daniel Slucki, Daniel Waisbrot, Mabel Fuentes, Carlos Weisse y Beatriz M. Rodríguez

Ed. Ricardo Vergara

De la Introducción:
Sigmund Freud y Stefan Zweig.
Dos exploradores del alma, por Daniel Slucki
"Los poetas son unos aliados valiosísimos y su testimonio ha de estimarse en mucho, pues suelen saber de una multitud de cosas entre cielo y tierra con cuya existencia ni sueña nuestra sabiduría académica. Y en la ciencia del alma se han adelantado grandemente a nosotros, hombres vulgares, pues se nutren de fuentes que todavía no hemos abierto para la ciencia."
(Sigmund Freud, La Gradiva)
Sigmund Freud muere en Londres el 23 de setiembre de 1939. Un día antes le había pedido a su médico y amigo Max Schur que ponga fin a tanto sufrimiento, tal como lo habían pactado años antes cuando Freud había empezado a cursar su cáncer de mandíbula. De esta manera, merced a las altas dosis de calmantes que le inyectó su médico de tantos años, Freud se durmió y tuvo una muerte apacible, si es que las hay. Había sufrido numerosas operaciones y le habían colocado sucesivamente varias prótesis; a medida que avanzaba la enfermedad se le complicaba el habla a la vez que aumentaba su dolor. Llevaba quince años soportando con dignidad su enfermedad. Seguir viviendo de este modo no tenía sentido para Freud. Sus familiares y círculo cercano así lo entendieron.
La muerte de Freud fue lenta y serena, falleció a las 3 de la madrugada en el Día del Perdón (Iom Kipur), el día más sagrado del judaísmo.
En la íntima ceremonia póstuma que se realizó sin ningún ritual religioso en el crematorio de Golders Green, antes de que sus cenizas sean depositadas en un antiguo cofre griego, hablaron sólo dos personas.
Ernest Jones fue el orador oficial ante aproximadamente cien personas en representación de la Asociación Psicoanalítica Internacional, de la cual era su presidente, y lo hizo en inglés, elogiando con criteriosas palabras, como correspondía, a quien fuera su maestro durante tantos años.
Stefan Zweig, el segundo orador, lo hizo en representación de sus amigos vieneses, austríacos y de otras partes del mundo, con palabras dichas en alemán, lengua materna de ambos. La sentida y emotiva despedida de este último es de una belleza digna de ser recordada. Gracias por los mundos que nos has abierto y que ahora recorreremos solos, sin guía, fieles para siempre y venerando tu memoria, Sigmund Freud, el amigo más precioso, el maestro adorado (Freud, S. y Zweig, S., Epistolario, 2016, p.111). Así concluye Zweig su extensa oratoria. El adiós de Zweig, coherente con la veneración que profesó durante treinta años hacia la figura de Freud, fue más allá de sentidas y circunstanciales palabras de despedida.
Veremos en los párrafos que siguen el vínculo que unió al creador del psicoanálisis con uno de los escritores más populares, más leídos y reconocidos en Europa durante la primera mitad del siglo XX.
Ambos vivieron en Viena, fueron ateos, de origen judío. Los dos se sentían herederos del iluminismo judío, deseosos de la integración judía en la sociedad centroeuropea de entonces, tan rica en ciencias como en cultura; amantes ambos de la literatura clásica, leían y hablaban varios idiomas, cada uno desde su propio camino intentó llegar a las profundidades del alma con sensibilidad. La palabra oral o escrita en ellos fue casi su única herramienta e hicieron un culto de ella.
Hacia el final de sus vidas sufrirán persecuciones por parte del régimen nazi, sus libros serán quemados en 1933, auto de fe compartido en términos de Pontalis (Gomez Mango y Pontalis, 2014, p. 187). Los dos se reencontrarán años más tarde, en 1938, en el exilio de Londres.
El desencanto de Zweig por la caída del esplendor científico-cultural de Europa y sobre todo por el rumbo desesperanzador que tomaba el viejo continente, lo llevará a una temprana muerte en Brasil. Se suicida junto a su segunda y joven esposa, al parecer víctima de una profunda depresión en 1942, a los 62 años, tres años después de la muerte de Freud. Despojado de su nacionalidad, de sus libros, sus amistades, rodeado de sus exquisitos pero falibles recuerdos habían escrito poco tiempo antes su memorable libro El mundo de ayer, memorias en las que Zweig dio rienda suelta a su desaliento por un mundo que ya no existiría jamás.
Zweig y Freud fueron muy diferentes, tuvieron distintas personalidades y distintos orígenes. Zweig venía de una familia por demás acaudalada, en tanto que la de Freud había perdido su fortuna y -como lo evidencian varias citas en su obra- se sentía humillada por ello. Zweig a pesar de amar la ciudad de Viena vivirá durante varios años en un castillo en Salzburgo, mientras que Freud prácticamente no saldrá de Viena, ciudad en la que vivió desde los cuatro años, a pesar de que nunca pudo terminar de sentirse cómodo en la capital del imperio Austrohúngaro. El primero profesaba el arte de viajar; dando conferencias conoció gran parte del mundo, desde la Unión Soviética a la India, pasando por América, Cuba, Canadá, e incluso visitó nuestro país.
Freud a pesar de no ser asiduo viajero despreciaba la ciudad de Viena de la que sólo saldrá, salvo excepciones, para pasar sus vacaciones en la montaña. Zweig, en cambio, valoraba a Viena por su cultura, sus cafés, sus espectáculos, su música y bohemia de entonces ligadas al esplendor de Europa oriental.
Freud tardó en ser reconocido en el mundo científico. Dice Ernest Jones en Vida y obra de Sigmund Freud (1957) que la primera persona que valoró la importancia de los aportes de Freud a la psicopatología a través de uno de sus primeros textos, Estudios sobre la histeria, fue precisamente un escritor, Alfred Von Berger.
Zweig, en cambio, obtuvo prontamente su fama como escritor, sobre todo como autor de novelas cortas y de penetrantes biografías que recorrieron rápidamente toda Europa. Hay quienes lo consideran el creador del género best seller. Si bien se recibió de Doctor en Filosofía, se dice de él que pasaba sus días en los elegantes cafés de Viena, era un gran conversador, encontrando allí inspiración para algunas de sus novelas. Fue escritor, novelista, ensayista, periodista, biógrafo, traductor y a diferencia de Freud era un gran aficionado a la música.
En esencia fueron dos grandes humanistas, liberales, apolíticos (quizás en demasía), que aspiraban a ver una Europa libre de totalitarismos. Las novelas de Zweig dan cuenta de ello.
Ambos verán luego el ampuloso derrumbe de ese mundo en el que se formaron. Es conocida la crueldad que imperó en la primera mitad del siglo XX transcurrida entre dos cruentas guerras. En ese marco y contexto tuvieron que desarrollar su pensamiento, por momentos a contramano de la época, pudiendo erigirse como personalidades destacadas sin perder cada uno su originalidad ni su inquebrantable búsqueda por develar la esencia del ser humano. Freud muere en los comienzos de la Segunda Guerra y Zweig cuando el nazismo conquistaba gran parte de Europa y no se vislumbraba su fin.
Es posible entrever mejor el vínculo que los unió a través de su correspondencia. Los dos eran asiduos escritores de misivas y cartas e hicieron de ello un culto y un género literario. Sabemos que Freud escribió alrededor de 15000 cartas a lo largo de su vida. Así empezó su extenso vínculo; el fecundo intercambio epistolar que sostuvieron fue más frecuente que las oportunidades en las que pudieron encontrasen. Se enviaban sus obras apenas eran editadas, a cada uno le importaba la opinión del otro ante un nuevo ensayo o novela, y esto se verá notablemente reflejado en su correspondencia. Así nacerá la relación entre ellos, aunque en los comienzos los textos de Zweig no tuvieron gran resonancia en Freud.
Si bien Zweig no fue psicoanalista, como lector curioso que era, conoció a fondo la obra de Freud. Escribió, además, entre las más de ochenta biografías que se han hecho hasta ahora, uno de las más hermosas que se conocen sobre Freud y el psicoanálisis, biografía incluida en La curación por el espíritu (1931), y que está a mitad de camino entre el relato de la vida de Freud y de su creación, el psicoanálisis. Anticipó como pocos la potencial incidencia del psicoanálisis en la clínica de la neurosis y los efectos que traería aparejada la creación del concepto de inconsciente, según sus palabras “en la humanidad toda”, contribuyendo de una manera notable al conocimiento y difusión del psicoanálisis por fuera del movimiento psicoanalítico.
Freud en cambio, muy de a poco irá reconociendo los libros del escritor, llegando a incluir hacia el final de su ensayo Dostoievski y el parricidio (1928) un comentario acerca de una novela suya, la afamada Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
Zweig honró largamente esta amistad, pero Freud se irá introduciendo en ella a través de los años. Al principio la relación era dispar; un escritor veinticinco años más joven que el fundador del psicoanálisis, fascinado por el descubrimiento del inconciente tardó en llamar la atención de un Freud que estaba preocupado por otros asuntos, como ser el afianzamiento de la doctrina psicoanalítica, su teoría, su clínica y la constitución del psicoanálisis como movimiento. Zweig veía verdaderamente en Freud a un genio incomprendido en su tiempo y celebraba poder vincularse con él.
Nace cuando Freud empezaba a esbozar e intentar develar el misterio de las conductas de las histéricas, y sus casos clínicos se asemejaban más a un cuento, a un relato, que a la seriedad de un trabajo científico. Es en Estudios sobre la histeria publicado en 1895, donde irónicamente pedirá perdón por ello. Años después Zweig reconocerá en Freud no sólo su talento como clínico sino al escritor que había descripto con minuciosidad literaria los historiales clínicos de sus pacientes. La escucha del padecer a través de la palabra era un hecho absolutamente revolucionario en su momento.
Freud con el paso tiempo llegará a disfrutar la belleza del estilo literario y la agudeza que tenía Zweig para adentrarse en la psiquis de las personalidades que retrató mediante sus relatos biográficos. Pasaron por su pluma figuras tan disímiles como Honorato de Balzac, Charles Dickens, Fernando de Magallanes, María Antonieta, Franz Mesmer, Fiódor Dostoievski, Sigmund Freud entre otros. Todas grandes personalidades retratadas con finura por el escritor vienés.
Son las cartas que intercambiaron entre ellos, como veremos, las que nos ofrecen un material precioso para poner a trabajar el vínculo que sostuvieron, pero también nos serán de una enorme utilidad los textos de Zweig acerca del psicoanálisis y la persona misma de Freud.
Al principio Freud se molestaba e irritaba con el exceso de idealización que le profesaba Zweig. Esta idealización se mantendrá a lo largo de esta amistad. Pontalis en el libro Freud con los escritores sugiere que Zweig tenía una necesidad casi infantil de adular (Gómez Mango y Pontalis, op. cit., p. 189), adulación que también sostuvo con algunos de sus maestros, entre ellos Romain Rolland. A propósito de ello, en una carta de noviembre de 1937, Freud le escribe: “…pretendía acercarme a usted humanamente, no quería ser celebrado como la roca en el mar contra la cual el embate del mar golpea en vano” (Epistolario, 2016, p. 85).
Al parecer, el punto de inflexión en el vínculo se produce en ocasión del intercambio de sus distintos puntos de vista acerca de la personalidad de Dostoievski y la reflexión de cómo la neurosis del gran escritor ruso se ve reflejada en su genialidad discursiva. Allí encontramos un giro en el contenido de las cartas de Freud, ya no son respuestas por cortesía, sino que se nota en ellas a un Freud más entusiasmado discutiendo pareceres.
Freud llegó a considerar a Dostoievski como un escritor a la altura de sus admirados Shakespeare y Sófocles, y cuando Stefan Zweig traza el semblante del escritor ruso llama definitivamente la atención de Freud.
Antes y después, como dejamos entrever, Freud habrá de irritarse en varias ocasiones con Zweig, ya sea por la incómoda y desmedida adulación de sus cartas, o por haberlo incluido en una trilogía junto a Mesmer, creador del magnetismo, y Mary Baker-Eddy, escritora estadounidense conocida por sus ideas acerca de la espiritualidad y la salud, creadora de la ciencia cristiana más cercana a una secta que al campo de la clínica, a quién Freud le negaría rigor científico.
El libro que Zweig dedica a estas tres figuras se llamó La curación por el espíritu, mencionado más arriba, y la caracterización que hace de Freud y del psicoanálisis es bastante rigurosa, combinada con una encantadora pluma, tratándose de alguien que no hace del psicoanálisis una práctica. Recordemos que Freud siempre consideró que el nacimiento e irrupción de su ciencia fueron producto de una ruptura epistemológica, y jamás se consideró sucesor del Mesmerismo. En rigor Mesmer fue considerado el fundador de la hipnosis moderna.
Zweig quedará deslumbrado por las ideas innovadoras de Freud y también, en igual intensidad, capturado por su persona. El texto que corresponde a La curación por el espíritu, y que describe el nacimiento del psicoanálisis y la fortaleza de Freud al sostener sus ideas, presenta un entusiasmo mayor y es de calidad literaria superior a los que escribiera acerca de Mesmer y Mary Baker-Eddy en ese mismo libro. Su lectura es una excelente y notable introducción a las ideas del psicoanálisis, a la vez que un valioso texto de divulgación. Resalta en sus capítulos la coherencia que veía en Freud por sostener su doctrina, el no doblegarse ante la adversidad, y su posición como hombre de ciencia.
Zweig contribuyó profusamente a la difusión del psicoanálisis publicando comentarios sobre su obra en el principal diario de Viena, Neue Freie Presse, y favoreciendo así que el psicoanálisis saliera de su encierro y de la injustificada pero entendible resistencia del establishment, que sufriría ya desde entonces. Pregonó con tenacidad militante que el psicoanálisis es la mejor herramienta que posee el hombre para penetrar en el interior del alma humana. Decía que Freud sólo se doblegaría ante la evidencia de su clínica y de su pensamiento y no ante las presiones de las instituciones o difamadores del psicoanálisis.
Por su parte Freud siempre se sintió en deuda con los escritores y con la literatura de la que se nutrió a lo largo de su vida. La relación que tuvo con la literatura no la tuvo ni con la pintura ni con la música. Sin embargo, el único trabajo que Freud va a escribir explícitamente respecto a la relación entre psicoanálisis y literatura fue El creador literario y su fantasía, (1908) trabajo que será muy retomado por las posteriores generaciones de psicoanalistas.
En una carta de abril de 1925 en ocasión del comentario de un nuevo libro de Stefan Zweig, Freud escribe: He de decirle una vez más que usted puede lograr a través del lenguaje algo que hasta donde yo sé, ningún otro puede (Epistolario, op. cit., p. 31).
La respuesta de Zweig no se hizo esperar:
Me emociona y me honra que usted, tan atareado con cuestiones tan importantes, haya tomado enseguida mi libro; sus palabras significan mucho para mí. (…) usted nos ha enseñado el coraje de acercarnos a las cosas sin temor y abordar tanto lo más exterior del sentimiento con lo más interior sin falso pudor. Y el coraje es necesario para la verdad: eso lo prueba su trabajo como casi ningún otro de nuestra época (op. cit, p. 32).
“Estimado profesor”: así encabezaba Zweig todas sus cartas. Nunca lo verá como un par, sino que se sitúa siempre como un eterno deudor. Son reiteradas las veces que se repite el vocablo “coraje” en los textos o cartas de Zweig.
Autores como Shakespeare, Goethe, Schiller, Dostoievski entre otros, han marcado profundamente a Freud.
Edmundo Gómez Mango (2014) señala: ¿Acaso el psicoanálisis y la literatura no apuntan a un mismo objeto a saber: reflejar la conflictividad del alma humana, ¿revelar su carácter conflictivo, perturbador, oscuro?” (p. 9).
Así como Stefan Zweig, literatos de la talla de Herman Hesse, Thomas Mann, Arnold Zweig (sin parentesco con Stefan), Romain Rolland, Arthur Schnitzer entre otros, han sido de la estima de Sigmund Freud.
Sabemos que, como está consignado en una carta a Marta cuando eran novios, Freud soñó alguna vez en sus años de juventud con ser escritor.
Pontalis (op. cit.) escribe: “Pulsión de escribir para Zweig. Pulsión de saber para Freud. En ambos un doble interés: por la cara oculta del alma humana y por aquello que ambos llamaron ‘la vida del espíritu’” (p.191-2). Siempre habrá en el hombre un velo de oscuridad a revelar, esto bien lo sabían ellos y a ello dedicaron sus vidas.
Freud se dirige al Dichter (palabra alemana que se podría traducir como “creador de ficciones”), ya sea al poeta, al novelista o al dramaturgo, es decir al creador literario y reconoce en ellos, porque los admira, su superioridad sobre el hombre científico. ¿Se sentía Freud parte de ambos mundos? Zweig –citado por Pontalis- escribe en su texto de 1926 La confusión de sentimientos: Los poetas son aquellos a quienes primero tenemos que escuchar hablar la lengua, pues son los que la crean y le dan su perfección (op. cit., p. 193)
Freud conoció al escritor francés Romain Rolland en 1924, escritor por quien profesaba una gran estima por su escritura y por su lucha en defensa del pacifismo. Se conocieron cuando este último estuvo en Viena con motivo del festejo de los 60 años del compositor Richard Strauss. La reunión se realizó a través del afable Stefan Zweig; éste concertó el esperado encuentro y ofició de traductor, ya que, si bien Freud hablaba francés, se le había colocado una de sus primeras prótesis y le dificultaba el habla. Con buen humor Freud dirá que su prótesis no habla francés.
Ya en el exilio de Londres, Zweig le hará conocer hacia el final de la vida de Freud, en una simpática tertulia, al entonces joven pintor Salvador Dalí, encuentro que quedará inmortalizado por los dos dibujos que hiciera de Freud.
Algunos de los aparentes desencuentros entre Zweig y Freud, siempre promovidos por el segundo, quedaron expuestos en varias de las cartas que intercambiaron. Adentrémonos pues más a fondo en la correspondencia mantenida entre ellos.
Las primeras cartas son de mutuo agradecimiento por los envíos de las publicaciones de cada uno y datan de mayo de 1908, y suponemos que ese es el año de comienzo de la relación, de ahí en adelante ambos se enviarán prácticamente todos sus artículos y libros.
El primer sobresalto en el vínculo se produce en octubre de 1920, año de la publicación de Más allá del principio de placer y de las biografías de Balzac, Dickens y Dostoievski escritas en una trilogía como lo hacía habitualmente Zweig. Luego de agradecer el envío, Freud discute con Zweig la caracterización acerca de Dostoievski, específicamente considera que no era epiléptico sino histérico: la histeria proviene de la propia constitución psíquica, es una expresión de la misma fuerza originaria y arcaica que se desarrolla en el genio artístico (Epistolario, op cit. p. 23)
A Freud le interesaba acentuar los efectos psíquicos sufridos por los castigos que su padre le propinó a Dostoievski cuando era joven. De ahí en más le escribe Freud a Zweig, que la conducta de Dostoievski está dominada por la doble actitud hacia el padre: el voluptuoso sentimiento masoquista y la escandalosa sublevación en su contra. El masoquismo incluye el sentimiento de culpa que insta a la redención. (Epistolario, op. cit. p23)
Encontramos aquí a un Freud animado aportando su punto de vista, llegando a decir a su interlocutor que no se puede entender a Dostoievski sin psicoanálisis y que el libro Los hermanos Karamazov trata el problema más personal del escritor ruso, a saber, el parricidio.
En noviembre Zweig le contesta desde su residencia de Salzburgo, agradeciéndole el interés que despertó en Freud su caracterización de Dostoievski y cuánto le importaba su opinión:
“Pertenezco a una generación intelectual que en materia de conocimiento a casi nadie debe tanto como a usted, y siento, con esta generación, que se acerca el momento en el que toda la importancia fundamental de su descubrimiento de la psiquis se convertirá en patrimonio común, en ciencia europea,
(Epistolario, op. cit., p.25).
En diciembre del año 1929 se produce un nuevo enojo de Freud como consecuencia del anuncio de una conferencia en Viena de un tal Maylan, autor de un libro en el que denostaba al psicoanálisis. Lo que llamó la atención de Freud era que entre quienes recomendaban dicha conferencia estaba Carl Jung junto al mismísimo Stefan Zweig. Ironías del destino, era imposible pensar que algo así sucediera. En su carta de descargo y desagravio hacia Freud, Zweig le aclara que no conocía al señor Maylan y que todo esto era producto de un gran enredo. En esa época Zweig estaba en pleno proceso de escritura de La curación por el espíritu. Imposible pensar que quisiera difamar a quien tanto idolatraba. En rigor todo obedeció a un artilugio publicitario de Maylan para atraer público a su conferencia utilizando la fama de Zweig.
La última molestia de Freud con Zweig corresponde justamente a la publicación de La curación por el espíritu. Cómo ya hemos consignado no fue del agrado de Freud aparecer en una trilogía junto a Mesmer y Marie Baker-Eddy.
No obstante, el texto biográfico fue recibido con bastante benevolencia por Freud, sólo le cuestionó que no hablara de la asociación libre y que derivara la interpretación de los sueños a partir del análisis de los sueños infantiles, lo cual según Freud no era históricamente correcto. Le agradece también haber ubicado los logros no tanto a partir del intelecto sino del carácter, cosa que coincidía con la opinión del mismo Freud.
Zweig le responde lo difícil que fue escribir sobre una monumental obra aún no acabada. La biografía de Freud fue la única escrita por Zweig en vida del personaje en cuestión. Agrega en su carta que no le interesaba dar a conocer el detalle de lo alcanzado sino el nivel de sus logros. Y que uno de los intereses o motivaciones en escribir su retrato fue colaborar para que Freud obtenga el premio Nobel, cosa que nunca ocurrió. Freud en otra carta dirá que existen los deseos abandonados, y que ese es uno de ellos.
En 1931 Freud y Zweig cumplen 75 y 50 años respectivamente. La misiva que le envía el escritor da cuenta de cuánto tiene que agradecer el mundo al conjunto de ideas y al modelo de una vida verdaderamente ejemplar, mientras que en noviembre celebrando los cincuenta años de Zweig, Freud con cierto humor reconoce su propia necesidad de decirle algo agradable, esta vez saludándolo y contento por no reprocharle nada, declarando su admiración por su lenguaje lleno de arte.
De aquí en más la amistad irá creciendo entre ellos. Freud elogiará posteriormente el retrato que sobre María Antonieta hiciera Stefan Zweig, reconociendo allí la libertad estilística del escritor y el abordaje psicoanalítico del personaje en cuestión. Zweig le responde que todo lo que escribe está influenciado por el mismísimo Freud.
En 1933 Stefan Zweig abandona Austria y se establece en forma provisoria en Londres. Ambos se reencontrarán en esa misma ciudad en 1938. Freud le había hecho llegar sus ideas sobre el Moisés, su último ensayo, escrito entre 1934 y 1938, obra que posteriormente traerá hondo malestar y controversia en el seno del judaísmo, cuestión que dolerá a Freud por las circunstancias trágicas que vivía el pueblo judío bajo el nazismo. Zweig alentará su escritura.
Con motivo de los 80 años de Freud, los escritores Thomas Mann y Stefan Zweig juntaron 200 firmas de personalidades célebres y escribieron una salutación que fue publicada en diarios de distintos lugares del mundo, entre ellos norteamericanos, franceses, ingleses.
Freud esta vez lejos de enojarse y ruborizarse les agradece tanto a Mann como a Zweig reconociéndoles además que ese conjunto de firmas, entre quienes estaban Romain Rolland, Andre Gide, Virginia Woolf, Salvador Dalí, daban “algún sentido a su vejez”. En su carta a Zweig le dice ser el único de su galería de retratados en permanecer con vida, agregando que con los biógrafos se da el mismo fenómeno que con los analistas y que se conoce bajo el nombre de transferencia (Epistolario, op. cit, p. 80).
Corría el año 1936, la migración y el exilio de psicoanalistas e intelectuales sobre todo desde Europa oriental había comenzado. Pronto el eje del movimiento se correrá hacia Londres y EEUU.
Las cartas de aquel momento muestran las preocupaciones compartidas por el futuro de Austria y de Europa toda. Uno desde Londres, el otro todavía en Viena.
“Cuando pienso en Viena y me pongo sombrío, ¡pienso en usted!” (Epistolario, op. cit., p. 84) escribe Zweig desde el exilio en noviembre del 37, a lo que Freud todavía desde Viena responde: “En estos momentos sufro tanto como usted…los tiempos venideros se ven turbios para mi psicoanálisis. En todo caso, en las semanas o meses que aún me restan vivir, no experimentaré nada que sea feliz” (Epistolario, op. cit. p. 85).
Podríamos preguntarnos que características tuvo este vínculo. Al principio fue pura admiración e idealización. Como dijimos, un joven escritor, veinticinco años más joven que Freud, consideraba a éste como el gran descubridor de los rincones oscuros del sujeto, que llegó hasta las profundas e irracionales capas de la naturaleza humana. Zweig no fue su discípulo, tampoco fue psicoanalista, nunca rivalizó con el talento de Freud, no participó en la construcción del movimiento psicoanalítico. Fue un vínculo cómodo para ambos, que fue creciendo y madurando con el tiempo, y terminó siendo hacia el final de la vida de Freud un vínculo de amistad, de fuerte amistad. No hubo entre ellos una ruptura, como las tantas que caracterizaron la vida de Freud. Zweig soportó los desaires de Freud con naturalidad, nunca le importó ser criticado, siempre se sintió un afortunado por el privilegio de esa relación. En sus cartas no encontramos ni una sola confrontación. Sin duda los últimos años de Freud fueron los más cercanos entre los dos. Años de exilio, de dolor, de nostalgia por un mundo que se les esfumaba. Zweig vislumbró antes que Freud la destrucción de Europa, luego reflejará esa tragedia en El Mundo de Ayer.
Zweig desde la literatura honró largamente las enseñanzas de su distinguido amigo y maestro. Sobrevivió tres años a la muerte de Freud, y terminó suicidándose en la verde Brasil, lejos, muy lejos de Viena y de su querida Europa.
Ambos lucharon a su manera por las verdades en las que creyeron, con la fuerza de sus convicciones ambos confiaron en el valor de la palabra y la coherencia de sus fundamentos. Psicoanálisis y literatura no sólo no se excluyen sino que se retroalimentan. Freud enalteció a la literatura y a los escritores, quiso alguna vez ser uno de ellos.
A su vez Freud desde la perspectiva de Zweig será visto como alguien que cambiará para siempre el entendimiento de las contradicciones, de lo desconocido y enajenado del sujeto humano, y pensó además que su influencia llegaría más allá de los consultorios y sus divanes.
Debemos a Zweig haber anticipado como nadie el lugar que tendría el psicoanálisis en el porvenir de la cultura. En sus palabras de adiós, luego de la oratoria de Ernest Jones, puso en contexto el momento histórico de esa muerte: “Para este ante cuyo sepulcro nos encontramos, para este singular y único ser de nuestra desconsolada época, la muerte significa sólo un fenómeno fugaz y casi insustancial” (Epistolario, op. cit.,p.109).
Zweig con el paso del tiempo dejó de ser un escritor reconocido; sus libros, sus novelas y biografías casi no se leen, salvo su exquisito Momentos estelares de la humanidad.
Vaya entonces este escrito como un reconocimiento para quien, desde el lugar que en su momento le otorgó la literatura, con el arte y el don que las bellas palabras permiten, con desesperación, aunque lejos de las controversias, apostó a la acción transformadora de una nueva disciplina del alma y a la de su fundador.
Sabemos que no se equivocó.

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De la Introducción:
Sigmund Freud y Stefan Zweig.
Dos exploradores del alma, por Daniel Slucki
"Los poetas son unos aliados valiosísimos y su testimonio ha de estimarse en mucho, pues suelen saber de una multitud de cosas entre cielo y tierra con cuya existencia ni sueña nuestra sabiduría académica. Y en la ciencia del alma se han adelantado grandemente a nosotros, hombres vulgares, pues se nutren de fuentes que todavía no hemos abierto para la ciencia."
(Sigmund Freud, La Gradiva)
Sigmund Freud muere en Londres el 23 de setiembre de 1939. Un día antes le había pedido a su médico y amigo Max Schur que ponga fin a tanto sufrimiento, tal como lo habían pactado años antes cuando Freud había empezado a cursar su cáncer de mandíbula. De esta manera, merced a las altas dosis de calmantes que le inyectó su médico de tantos años, Freud se durmió y tuvo una muerte apacible, si es que las hay. Había sufrido numerosas operaciones y le habían colocado sucesivamente varias prótesis; a medida que avanzaba la enfermedad se le complicaba el habla a la vez que aumentaba su dolor. Llevaba quince años soportando con dignidad su enfermedad. Seguir viviendo de este modo no tenía sentido para Freud. Sus familiares y círculo cercano así lo entendieron.
La muerte de Freud fue lenta y serena, falleció a las 3 de la madrugada en el Día del Perdón (Iom Kipur), el día más sagrado del judaísmo.
En la íntima ceremonia póstuma que se realizó sin ningún ritual religioso en el crematorio de Golders Green, antes de que sus cenizas sean depositadas en un antiguo cofre griego, hablaron sólo dos personas.
Ernest Jones fue el orador oficial ante aproximadamente cien personas en representación de la Asociación Psicoanalítica Internacional, de la cual era su presidente, y lo hizo en inglés, elogiando con criteriosas palabras, como correspondía, a quien fuera su maestro durante tantos años.
Stefan Zweig, el segundo orador, lo hizo en representación de sus amigos vieneses, austríacos y de otras partes del mundo, con palabras dichas en alemán, lengua materna de ambos. La sentida y emotiva despedida de este último es de una belleza digna de ser recordada. Gracias por los mundos que nos has abierto y que ahora recorreremos solos, sin guía, fieles para siempre y venerando tu memoria, Sigmund Freud, el amigo más precioso, el maestro adorado (Freud, S. y Zweig, S., Epistolario, 2016, p.111). Así concluye Zweig su extensa oratoria. El adiós de Zweig, coherente con la veneración que profesó durante treinta años hacia la figura de Freud, fue más allá de sentidas y circunstanciales palabras de despedida.
Veremos en los párrafos que siguen el vínculo que unió al creador del psicoanálisis con uno de los escritores más populares, más leídos y reconocidos en Europa durante la primera mitad del siglo XX.
Ambos vivieron en Viena, fueron ateos, de origen judío. Los dos se sentían herederos del iluminismo judío, deseosos de la integración judía en la sociedad centroeuropea de entonces, tan rica en ciencias como en cultura; amantes ambos de la literatura clásica, leían y hablaban varios idiomas, cada uno desde su propio camino intentó llegar a las profundidades del alma con sensibilidad. La palabra oral o escrita en ellos fue casi su única herramienta e hicieron un culto de ella.
Hacia el final de sus vidas sufrirán persecuciones por parte del régimen nazi, sus libros serán quemados en 1933, auto de fe compartido en términos de Pontalis (Gomez Mango y Pontalis, 2014, p. 187). Los dos se reencontrarán años más tarde, en 1938, en el exilio de Londres.
El desencanto de Zweig por la caída del esplendor científico-cultural de Europa y sobre todo por el rumbo desesperanzador que tomaba el viejo continente, lo llevará a una temprana muerte en Brasil. Se suicida junto a su segunda y joven esposa, al parecer víctima de una profunda depresión en 1942, a los 62 años, tres años después de la muerte de Freud. Despojado de su nacionalidad, de sus libros, sus amistades, rodeado de sus exquisitos pero falibles recuerdos habían escrito poco tiempo antes su memorable libro El mundo de ayer, memorias en las que Zweig dio rienda suelta a su desaliento por un mundo que ya no existiría jamás.
Zweig y Freud fueron muy diferentes, tuvieron distintas personalidades y distintos orígenes. Zweig venía de una familia por demás acaudalada, en tanto que la de Freud había perdido su fortuna y -como lo evidencian varias citas en su obra- se sentía humillada por ello. Zweig a pesar de amar la ciudad de Viena vivirá durante varios años en un castillo en Salzburgo, mientras que Freud prácticamente no saldrá de Viena, ciudad en la que vivió desde los cuatro años, a pesar de que nunca pudo terminar de sentirse cómodo en la capital del imperio Austrohúngaro. El primero profesaba el arte de viajar; dando conferencias conoció gran parte del mundo, desde la Unión Soviética a la India, pasando por América, Cuba, Canadá, e incluso visitó nuestro país.
Freud a pesar de no ser asiduo viajero despreciaba la ciudad de Viena de la que sólo saldrá, salvo excepciones, para pasar sus vacaciones en la montaña. Zweig, en cambio, valoraba a Viena por su cultura, sus cafés, sus espectáculos, su música y bohemia de entonces ligadas al esplendor de Europa oriental.
Freud tardó en ser reconocido en el mundo científico. Dice Ernest Jones en Vida y obra de Sigmund Freud (1957) que la primera persona que valoró la importancia de los aportes de Freud a la psicopatología a través de uno de sus primeros textos, Estudios sobre la histeria, fue precisamente un escritor, Alfred Von Berger.
Zweig, en cambio, obtuvo prontamente su fama como escritor, sobre todo como autor de novelas cortas y de penetrantes biografías que recorrieron rápidamente toda Europa. Hay quienes lo consideran el creador del género best seller. Si bien se recibió de Doctor en Filosofía, se dice de él que pasaba sus días en los elegantes cafés de Viena, era un gran conversador, encontrando allí inspiración para algunas de sus novelas. Fue escritor, novelista, ensayista, periodista, biógrafo, traductor y a diferencia de Freud era un gran aficionado a la música.
En esencia fueron dos grandes humanistas, liberales, apolíticos (quizás en demasía), que aspiraban a ver una Europa libre de totalitarismos. Las novelas de Zweig dan cuenta de ello.
Ambos verán luego el ampuloso derrumbe de ese mundo en el que se formaron. Es conocida la crueldad que imperó en la primera mitad del siglo XX transcurrida entre dos cruentas guerras. En ese marco y contexto tuvieron que desarrollar su pensamiento, por momentos a contramano de la época, pudiendo erigirse como personalidades destacadas sin perder cada uno su originalidad ni su inquebrantable búsqueda por develar la esencia del ser humano. Freud muere en los comienzos de la Segunda Guerra y Zweig cuando el nazismo conquistaba gran parte de Europa y no se vislumbraba su fin.
Es posible entrever mejor el vínculo que los unió a través de su correspondencia. Los dos eran asiduos escritores de misivas y cartas e hicieron de ello un culto y un género literario. Sabemos que Freud escribió alrededor de 15000 cartas a lo largo de su vida. Así empezó su extenso vínculo; el fecundo intercambio epistolar que sostuvieron fue más frecuente que las oportunidades en las que pudieron encontrasen. Se enviaban sus obras apenas eran editadas, a cada uno le importaba la opinión del otro ante un nuevo ensayo o novela, y esto se verá notablemente reflejado en su correspondencia. Así nacerá la relación entre ellos, aunque en los comienzos los textos de Zweig no tuvieron gran resonancia en Freud.
Si bien Zweig no fue psicoanalista, como lector curioso que era, conoció a fondo la obra de Freud. Escribió, además, entre las más de ochenta biografías que se han hecho hasta ahora, uno de las más hermosas que se conocen sobre Freud y el psicoanálisis, biografía incluida en La curación por el espíritu (1931), y que está a mitad de camino entre el relato de la vida de Freud y de su creación, el psicoanálisis. Anticipó como pocos la potencial incidencia del psicoanálisis en la clínica de la neurosis y los efectos que traería aparejada la creación del concepto de inconsciente, según sus palabras “en la humanidad toda”, contribuyendo de una manera notable al conocimiento y difusión del psicoanálisis por fuera del movimiento psicoanalítico.
Freud en cambio, muy de a poco irá reconociendo los libros del escritor, llegando a incluir hacia el final de su ensayo Dostoievski y el parricidio (1928) un comentario acerca de una novela suya, la afamada Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
Zweig honró largamente esta amistad, pero Freud se irá introduciendo en ella a través de los años. Al principio la relación era dispar; un escritor veinticinco años más joven que el fundador del psicoanálisis, fascinado por el descubrimiento del inconciente tardó en llamar la atención de un Freud que estaba preocupado por otros asuntos, como ser el afianzamiento de la doctrina psicoanalítica, su teoría, su clínica y la constitución del psicoanálisis como movimiento. Zweig veía verdaderamente en Freud a un genio incomprendido en su tiempo y celebraba poder vincularse con él.
Nace cuando Freud empezaba a esbozar e intentar develar el misterio de las conductas de las histéricas, y sus casos clínicos se asemejaban más a un cuento, a un relato, que a la seriedad de un trabajo científico. Es en Estudios sobre la histeria publicado en 1895, donde irónicamente pedirá perdón por ello. Años después Zweig reconocerá en Freud no sólo su talento como clínico sino al escritor que había descripto con minuciosidad literaria los historiales clínicos de sus pacientes. La escucha del padecer a través de la palabra era un hecho absolutamente revolucionario en su momento.
Freud con el paso tiempo llegará a disfrutar la belleza del estilo literario y la agudeza que tenía Zweig para adentrarse en la psiquis de las personalidades que retrató mediante sus relatos biográficos. Pasaron por su pluma figuras tan disímiles como Honorato de Balzac, Charles Dickens, Fernando de Magallanes, María Antonieta, Franz Mesmer, Fiódor Dostoievski, Sigmund Freud entre otros. Todas grandes personalidades retratadas con finura por el escritor vienés.
Son las cartas que intercambiaron entre ellos, como veremos, las que nos ofrecen un material precioso para poner a trabajar el vínculo que sostuvieron, pero también nos serán de una enorme utilidad los textos de Zweig acerca del psicoanálisis y la persona misma de Freud.
Al principio Freud se molestaba e irritaba con el exceso de idealización que le profesaba Zweig. Esta idealización se mantendrá a lo largo de esta amistad. Pontalis en el libro Freud con los escritores sugiere que Zweig tenía una necesidad casi infantil de adular (Gómez Mango y Pontalis, op. cit., p. 189), adulación que también sostuvo con algunos de sus maestros, entre ellos Romain Rolland. A propósito de ello, en una carta de noviembre de 1937, Freud le escribe: “…pretendía acercarme a usted humanamente, no quería ser celebrado como la roca en el mar contra la cual el embate del mar golpea en vano” (Epistolario, 2016, p. 85).
Al parecer, el punto de inflexión en el vínculo se produce en ocasión del intercambio de sus distintos puntos de vista acerca de la personalidad de Dostoievski y la reflexión de cómo la neurosis del gran escritor ruso se ve reflejada en su genialidad discursiva. Allí encontramos un giro en el contenido de las cartas de Freud, ya no son respuestas por cortesía, sino que se nota en ellas a un Freud más entusiasmado discutiendo pareceres.
Freud llegó a considerar a Dostoievski como un escritor a la altura de sus admirados Shakespeare y Sófocles, y cuando Stefan Zweig traza el semblante del escritor ruso llama definitivamente la atención de Freud.
Antes y después, como dejamos entrever, Freud habrá de irritarse en varias ocasiones con Zweig, ya sea por la incómoda y desmedida adulación de sus cartas, o por haberlo incluido en una trilogía junto a Mesmer, creador del magnetismo, y Mary Baker-Eddy, escritora estadounidense conocida por sus ideas acerca de la espiritualidad y la salud, creadora de la ciencia cristiana más cercana a una secta que al campo de la clínica, a quién Freud le negaría rigor científico.
El libro que Zweig dedica a estas tres figuras se llamó La curación por el espíritu, mencionado más arriba, y la caracterización que hace de Freud y del psicoanálisis es bastante rigurosa, combinada con una encantadora pluma, tratándose de alguien que no hace del psicoanálisis una práctica. Recordemos que Freud siempre consideró que el nacimiento e irrupción de su ciencia fueron producto de una ruptura epistemológica, y jamás se consideró sucesor del Mesmerismo. En rigor Mesmer fue considerado el fundador de la hipnosis moderna.
Zweig quedará deslumbrado por las ideas innovadoras de Freud y también, en igual intensidad, capturado por su persona. El texto que corresponde a La curación por el espíritu, y que describe el nacimiento del psicoanálisis y la fortaleza de Freud al sostener sus ideas, presenta un entusiasmo mayor y es de calidad literaria superior a los que escribiera acerca de Mesmer y Mary Baker-Eddy en ese mismo libro. Su lectura es una excelente y notable introducción a las ideas del psicoanálisis, a la vez que un valioso texto de divulgación. Resalta en sus capítulos la coherencia que veía en Freud por sostener su doctrina, el no doblegarse ante la adversidad, y su posición como hombre de ciencia.
Zweig contribuyó profusamente a la difusión del psicoanálisis publicando comentarios sobre su obra en el principal diario de Viena, Neue Freie Presse, y favoreciendo así que el psicoanálisis saliera de su encierro y de la injustificada pero entendible resistencia del establishment, que sufriría ya desde entonces. Pregonó con tenacidad militante que el psicoanálisis es la mejor herramienta que posee el hombre para penetrar en el interior del alma humana. Decía que Freud sólo se doblegaría ante la evidencia de su clínica y de su pensamiento y no ante las presiones de las instituciones o difamadores del psicoanálisis.
Por su parte Freud siempre se sintió en deuda con los escritores y con la literatura de la que se nutrió a lo largo de su vida. La relación que tuvo con la literatura no la tuvo ni con la pintura ni con la música. Sin embargo, el único trabajo que Freud va a escribir explícitamente respecto a la relación entre psicoanálisis y literatura fue El creador literario y su fantasía, (1908) trabajo que será muy retomado por las posteriores generaciones de psicoanalistas.
En una carta de abril de 1925 en ocasión del comentario de un nuevo libro de Stefan Zweig, Freud escribe: He de decirle una vez más que usted puede lograr a través del lenguaje algo que hasta donde yo sé, ningún otro puede (Epistolario, op. cit., p. 31).
La respuesta de Zweig no se hizo esperar:
Me emociona y me honra que usted, tan atareado con cuestiones tan importantes, haya tomado enseguida mi libro; sus palabras significan mucho para mí. (…) usted nos ha enseñado el coraje de acercarnos a las cosas sin temor y abordar tanto lo más exterior del sentimiento con lo más interior sin falso pudor. Y el coraje es necesario para la verdad: eso lo prueba su trabajo como casi ningún otro de nuestra época (op. cit, p. 32).
“Estimado profesor”: así encabezaba Zweig todas sus cartas. Nunca lo verá como un par, sino que se sitúa siempre como un eterno deudor. Son reiteradas las veces que se repite el vocablo “coraje” en los textos o cartas de Zweig.
Autores como Shakespeare, Goethe, Schiller, Dostoievski entre otros, han marcado profundamente a Freud.
Edmundo Gómez Mango (2014) señala: ¿Acaso el psicoanálisis y la literatura no apuntan a un mismo objeto a saber: reflejar la conflictividad del alma humana, ¿revelar su carácter conflictivo, perturbador, oscuro?” (p. 9).
Así como Stefan Zweig, literatos de la talla de Herman Hesse, Thomas Mann, Arnold Zweig (sin parentesco con Stefan), Romain Rolland, Arthur Schnitzer entre otros, han sido de la estima de Sigmund Freud.
Sabemos que, como está consignado en una carta a Marta cuando eran novios, Freud soñó alguna vez en sus años de juventud con ser escritor.
Pontalis (op. cit.) escribe: “Pulsión de escribir para Zweig. Pulsión de saber para Freud. En ambos un doble interés: por la cara oculta del alma humana y por aquello que ambos llamaron ‘la vida del espíritu’” (p.191-2). Siempre habrá en el hombre un velo de oscuridad a revelar, esto bien lo sabían ellos y a ello dedicaron sus vidas.
Freud se dirige al Dichter (palabra alemana que se podría traducir como “creador de ficciones”), ya sea al poeta, al novelista o al dramaturgo, es decir al creador literario y reconoce en ellos, porque los admira, su superioridad sobre el hombre científico. ¿Se sentía Freud parte de ambos mundos? Zweig –citado por Pontalis- escribe en su texto de 1926 La confusión de sentimientos: Los poetas son aquellos a quienes primero tenemos que escuchar hablar la lengua, pues son los que la crean y le dan su perfección (op. cit., p. 193)
Freud conoció al escritor francés Romain Rolland en 1924, escritor por quien profesaba una gran estima por su escritura y por su lucha en defensa del pacifismo. Se conocieron cuando este último estuvo en Viena con motivo del festejo de los 60 años del compositor Richard Strauss. La reunión se realizó a través del afable Stefan Zweig; éste concertó el esperado encuentro y ofició de traductor, ya que, si bien Freud hablaba francés, se le había colocado una de sus primeras prótesis y le dificultaba el habla. Con buen humor Freud dirá que su prótesis no habla francés.
Ya en el exilio de Londres, Zweig le hará conocer hacia el final de la vida de Freud, en una simpática tertulia, al entonces joven pintor Salvador Dalí, encuentro que quedará inmortalizado por los dos dibujos que hiciera de Freud.
Algunos de los aparentes desencuentros entre Zweig y Freud, siempre promovidos por el segundo, quedaron expuestos en varias de las cartas que intercambiaron. Adentrémonos pues más a fondo en la correspondencia mantenida entre ellos.
Las primeras cartas son de mutuo agradecimiento por los envíos de las publicaciones de cada uno y datan de mayo de 1908, y suponemos que ese es el año de comienzo de la relación, de ahí en adelante ambos se enviarán prácticamente todos sus artículos y libros.
El primer sobresalto en el vínculo se produce en octubre de 1920, año de la publicación de Más allá del principio de placer y de las biografías de Balzac, Dickens y Dostoievski escritas en una trilogía como lo hacía habitualmente Zweig. Luego de agradecer el envío, Freud discute con Zweig la caracterización acerca de Dostoievski, específicamente considera que no era epiléptico sino histérico: la histeria proviene de la propia constitución psíquica, es una expresión de la misma fuerza originaria y arcaica que se desarrolla en el genio artístico (Epistolario, op cit. p. 23)
A Freud le interesaba acentuar los efectos psíquicos sufridos por los castigos que su padre le propinó a Dostoievski cuando era joven. De ahí en más le escribe Freud a Zweig, que la conducta de Dostoievski está dominada por la doble actitud hacia el padre: el voluptuoso sentimiento masoquista y la escandalosa sublevación en su contra. El masoquismo incluye el sentimiento de culpa que insta a la redención. (Epistolario, op. cit. p23)
Encontramos aquí a un Freud animado aportando su punto de vista, llegando a decir a su interlocutor que no se puede entender a Dostoievski sin psicoanálisis y que el libro Los hermanos Karamazov trata el problema más personal del escritor ruso, a saber, el parricidio.
En noviembre Zweig le contesta desde su residencia de Salzburgo, agradeciéndole el interés que despertó en Freud su caracterización de Dostoievski y cuánto le importaba su opinión:
“Pertenezco a una generación intelectual que en materia de conocimiento a casi nadie debe tanto como a usted, y siento, con esta generación, que se acerca el momento en el que toda la importancia fundamental de su descubrimiento de la psiquis se convertirá en patrimonio común, en ciencia europea,
(Epistolario, op. cit., p.25).
En diciembre del año 1929 se produce un nuevo enojo de Freud como consecuencia del anuncio de una conferencia en Viena de un tal Maylan, autor de un libro en el que denostaba al psicoanálisis. Lo que llamó la atención de Freud era que entre quienes recomendaban dicha conferencia estaba Carl Jung junto al mismísimo Stefan Zweig. Ironías del destino, era imposible pensar que algo así sucediera. En su carta de descargo y desagravio hacia Freud, Zweig le aclara que no conocía al señor Maylan y que todo esto era producto de un gran enredo. En esa época Zweig estaba en pleno proceso de escritura de La curación por el espíritu. Imposible pensar que quisiera difamar a quien tanto idolatraba. En rigor todo obedeció a un artilugio publicitario de Maylan para atraer público a su conferencia utilizando la fama de Zweig.
La última molestia de Freud con Zweig corresponde justamente a la publicación de La curación por el espíritu. Cómo ya hemos consignado no fue del agrado de Freud aparecer en una trilogía junto a Mesmer y Marie Baker-Eddy.
No obstante, el texto biográfico fue recibido con bastante benevolencia por Freud, sólo le cuestionó que no hablara de la asociación libre y que derivara la interpretación de los sueños a partir del análisis de los sueños infantiles, lo cual según Freud no era históricamente correcto. Le agradece también haber ubicado los logros no tanto a partir del intelecto sino del carácter, cosa que coincidía con la opinión del mismo Freud.
Zweig le responde lo difícil que fue escribir sobre una monumental obra aún no acabada. La biografía de Freud fue la única escrita por Zweig en vida del personaje en cuestión. Agrega en su carta que no le interesaba dar a conocer el detalle de lo alcanzado sino el nivel de sus logros. Y que uno de los intereses o motivaciones en escribir su retrato fue colaborar para que Freud obtenga el premio Nobel, cosa que nunca ocurrió. Freud en otra carta dirá que existen los deseos abandonados, y que ese es uno de ellos.
En 1931 Freud y Zweig cumplen 75 y 50 años respectivamente. La misiva que le envía el escritor da cuenta de cuánto tiene que agradecer el mundo al conjunto de ideas y al modelo de una vida verdaderamente ejemplar, mientras que en noviembre celebrando los cincuenta años de Zweig, Freud con cierto humor reconoce su propia necesidad de decirle algo agradable, esta vez saludándolo y contento por no reprocharle nada, declarando su admiración por su lenguaje lleno de arte.
De aquí en más la amistad irá creciendo entre ellos. Freud elogiará posteriormente el retrato que sobre María Antonieta hiciera Stefan Zweig, reconociendo allí la libertad estilística del escritor y el abordaje psicoanalítico del personaje en cuestión. Zweig le responde que todo lo que escribe está influenciado por el mismísimo Freud.
En 1933 Stefan Zweig abandona Austria y se establece en forma provisoria en Londres. Ambos se reencontrarán en esa misma ciudad en 1938. Freud le había hecho llegar sus ideas sobre el Moisés, su último ensayo, escrito entre 1934 y 1938, obra que posteriormente traerá hondo malestar y controversia en el seno del judaísmo, cuestión que dolerá a Freud por las circunstancias trágicas que vivía el pueblo judío bajo el nazismo. Zweig alentará su escritura.
Con motivo de los 80 años de Freud, los escritores Thomas Mann y Stefan Zweig juntaron 200 firmas de personalidades célebres y escribieron una salutación que fue publicada en diarios de distintos lugares del mundo, entre ellos norteamericanos, franceses, ingleses.
Freud esta vez lejos de enojarse y ruborizarse les agradece tanto a Mann como a Zweig reconociéndoles además que ese conjunto de firmas, entre quienes estaban Romain Rolland, Andre Gide, Virginia Woolf, Salvador Dalí, daban “algún sentido a su vejez”. En su carta a Zweig le dice ser el único de su galería de retratados en permanecer con vida, agregando que con los biógrafos se da el mismo fenómeno que con los analistas y que se conoce bajo el nombre de transferencia (Epistolario, op. cit, p. 80).
Corría el año 1936, la migración y el exilio de psicoanalistas e intelectuales sobre todo desde Europa oriental había comenzado. Pronto el eje del movimiento se correrá hacia Londres y EEUU.
Las cartas de aquel momento muestran las preocupaciones compartidas por el futuro de Austria y de Europa toda. Uno desde Londres, el otro todavía en Viena.
“Cuando pienso en Viena y me pongo sombrío, ¡pienso en usted!” (Epistolario, op. cit., p. 84) escribe Zweig desde el exilio en noviembre del 37, a lo que Freud todavía desde Viena responde: “En estos momentos sufro tanto como usted…los tiempos venideros se ven turbios para mi psicoanálisis. En todo caso, en las semanas o meses que aún me restan vivir, no experimentaré nada que sea feliz” (Epistolario, op. cit. p. 85).
Podríamos preguntarnos que características tuvo este vínculo. Al principio fue pura admiración e idealización. Como dijimos, un joven escritor, veinticinco años más joven que Freud, consideraba a éste como el gran descubridor de los rincones oscuros del sujeto, que llegó hasta las profundas e irracionales capas de la naturaleza humana. Zweig no fue su discípulo, tampoco fue psicoanalista, nunca rivalizó con el talento de Freud, no participó en la construcción del movimiento psicoanalítico. Fue un vínculo cómodo para ambos, que fue creciendo y madurando con el tiempo, y terminó siendo hacia el final de la vida de Freud un vínculo de amistad, de fuerte amistad. No hubo entre ellos una ruptura, como las tantas que caracterizaron la vida de Freud. Zweig soportó los desaires de Freud con naturalidad, nunca le importó ser criticado, siempre se sintió un afortunado por el privilegio de esa relación. En sus cartas no encontramos ni una sola confrontación. Sin duda los últimos años de Freud fueron los más cercanos entre los dos. Años de exilio, de dolor, de nostalgia por un mundo que se les esfumaba. Zweig vislumbró antes que Freud la destrucción de Europa, luego reflejará esa tragedia en El Mundo de Ayer.
Zweig desde la literatura honró largamente las enseñanzas de su distinguido amigo y maestro. Sobrevivió tres años a la muerte de Freud, y terminó suicidándose en la verde Brasil, lejos, muy lejos de Viena y de su querida Europa.
Ambos lucharon a su manera por las verdades en las que creyeron, con la fuerza de sus convicciones ambos confiaron en el valor de la palabra y la coherencia de sus fundamentos. Psicoanálisis y literatura no sólo no se excluyen sino que se retroalimentan. Freud enalteció a la literatura y a los escritores, quiso alguna vez ser uno de ellos.
A su vez Freud desde la perspectiva de Zweig será visto como alguien que cambiará para siempre el entendimiento de las contradicciones, de lo desconocido y enajenado del sujeto humano, y pensó además que su influencia llegaría más allá de los consultorios y sus divanes.
Debemos a Zweig haber anticipado como nadie el lugar que tendría el psicoanálisis en el porvenir de la cultura. En sus palabras de adiós, luego de la oratoria de Ernest Jones, puso en contexto el momento histórico de esa muerte: “Para este ante cuyo sepulcro nos encontramos, para este singular y único ser de nuestra desconsolada época, la muerte significa sólo un fenómeno fugaz y casi insustancial” (Epistolario, op. cit.,p.109).
Zweig con el paso del tiempo dejó de ser un escritor reconocido; sus libros, sus novelas y biografías casi no se leen, salvo su exquisito Momentos estelares de la humanidad.
Vaya entonces este escrito como un reconocimiento para quien, desde el lugar que en su momento le otorgó la literatura, con el arte y el don que las bellas palabras permiten, con desesperación, aunque lejos de las controversias, apostó a la acción transformadora de una nueva disciplina del alma y a la de su fundador.
Sabemos que no se equivocó.