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Inicio / PSICOANALISIS.ENSAYOS INTROD. ETC. / PALABRAS PARA LA MUERTE.BARRIO, INES

PALABRAS PARA LA MUERTE.

BARRIO, INES

Editorial Psicolibro

El deseo inconciente es irrealizable y culmina con la muerte, o podríamos decir, sólo se realiza con la
muerte del sujeto.
Es decir que el cuerpo humano no sólo obedece las leyes biológicas, sino que también es un cuerpo pulsional, signicado en el intercambio humano, en
relación con el otro semejante, y con el Otro en el lugar de la palabra.
Otro como sede de la pulsión de muerte, que le llevará a la muerte pero por el camino más largo, el de la vida.
El proceso de morir puede ofrecer una nueva oportunidad, permitiendo crecimiento y transformación.
La muerte es certera e inapelable, pero el modo, la forma de morir, puede ser una elección del sujeto, puede constituirse en el último bastión de una poética y de una ética.
La segunda guerra mundial sobrevolaba su lecho de muerte, cuando hizo llamar al Dr. Max Schur y le dijo: “Usted me prometió no dejarme en la estacada
cuando llegara el momento...”. Entonces, recibió los tres primeros centigramos de morna; la dosis se repitió al día siguiente y, todavía, hubo una más.
Asistido, Sigmund Freud había cedido su aliento.
Era en Londres, la noche del 22 al 23 de septiembre 1939

PALABRAS PARA LA MUERTE.BARRIO, INES

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Es decir que el cuerpo humano no sólo obedece las leyes biológicas, sino que también es un cuerpo pulsional, signicado en el intercambio humano, en
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Otro como sede de la pulsión de muerte, que le llevará a la muerte pero por el camino más largo, el de la vida.
El proceso de morir puede ofrecer una nueva oportunidad, permitiendo crecimiento y transformación.
La muerte es certera e inapelable, pero el modo, la forma de morir, puede ser una elección del sujeto, puede constituirse en el último bastión de una poética y de una ética.
La segunda guerra mundial sobrevolaba su lecho de muerte, cuando hizo llamar al Dr. Max Schur y le dijo: “Usted me prometió no dejarme en la estacada
cuando llegara el momento...”. Entonces, recibió los tres primeros centigramos de morna; la dosis se repitió al día siguiente y, todavía, hubo una más.
Asistido, Sigmund Freud había cedido su aliento.
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